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viernes, 1 de agosto de 2008

No está todo dicho sobre 'El Coloso'

El pasado mes de junio saltó la noticia sobre las dudas acerca de la autoría del lienzo del Museo del Prado titulado "El Coloso o El Pánico" (nº 2785, o/l, 116 x 105 cm), siempre atribuido por los expertos de dicha institución a Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos 1746– Burdeos 1828), a raíz de la preparación de exposiciones del artista referidas a la influencia que la Guerra de la Independencia tuvo sobre su obra.



El Coloso


En esta polémica con cruces de palabras entre expertos se debe indicar para aclarar al lector de esta noticia y facilitarle su posicionamiento o la creación de opinión, que todo historiador del Arte que se dedique a la expertización sabe que las atribuciones de obras escasamente documentadas casi nunca se pueden cerrar definitivamente, ya que los artistas difuntos no pueden dar su opinión (a más de uno no le gustaría), y necesitan apoyarse en datos historiográficos, análisis físico-químicos y no sólo en simples opiniones subjetivas relativas a la plasticidad y calidades artísticas de la propia tela, que varían con la estética y el gusto de cada época en que se realiza el estudio. Por desgracia muchos de los historiadores del arte olvidan que son ante todo y sobre todo historiadores, y no meros aficionados al arte o estetas que generalizan las características pictóricas de un artista para querer encontrarlas en la totalidad de sus cuadros.

Es evidente que todas estas cuestiones habituales en la historia del arte, acaban siendo meras discusiones entre expertos que no deberían de salir de este ámbito profesional para incidir en otros como son el político en el caso de esta noticia, ya que ha sido el Ministro de Cultura, César Antonio Molina, advirtió de que en esta cuestión será finalmente el Museo del Prado quien "dictamine", demostrando que no debe tener claro el concepto de Comunidad Científica al expresarse de este modo; estimado ministro, cualquier historiador del arte entendido en la obra de Goya tiene el derecho de poder refutar las tesis de esa institución anquilosada (su director es un cargo político), inamovible (sus dictámenes son dogma de fe) y madrileña (el resto del país no se siente implicado aunque la subvencionemos vía impuestos) que es el Prado, siempre que sus trabajos tengan la suficiente seriedad y calidad científicas.

Por último, se debería terminar ese miedo del Prado al debate y a la crítica constructiva, a no implicar más a toda la sociedad civil y académica española (es penoso que los mayores expertos en Velázquez y Goya sean extranjeros), y al terror de que el cuadro no fuera de Goya; la obra de uno de los mejores pintores de todos los tiempos no se resentiría lo más mínimo por ello.